Fui al teatro solo. No es un acto reseñable en sí mismo excepto porque a mí me cuesta. Mi acompañante no dio señales de vida y estuve a punto de abandonarme a la inercia de sucumbir a la inmovilidad ante el mínimo contratiempo —qué teatral, qué agotador—. Fui al teatro y usé la butaca vacía a mi lado izquierdo para dejar la chaqueta.
Durante unos minutos incómodos, mientras esperaba en la platea con un poco de vergüenza por estar allí solo y pensaba en qué haría si mi amiga de repente apareciera por la puerta y tuviera que acudir a mostrar su entrada pasando otra vez por delante de todo el mundo, deslizaba el dedo distraído por la pantalla del móvil, alimentando el algoritmo a golpe de reel medio visto. Me tragué media Paris Fashion Week en ese ratito, o lo que queda de ella: el desfile de celebrities a su llegada, los gritos de los fans.
En un repaso casual por mi Instagram, me he enterado de todas las personas que se han sentado en el front row, he visto el backstage de todos los desfiles, pero no he visto ninguna pieza de ropa, no he visto ninguna propuesta artística. ¿O sí?
A todo esto, la amiga no llegó, y empezaba la función. Modo avión y adiós fashion week. Nunca había estado en la Sala Beckett y es tan bonita por fuera como por dentro. La pieza se inspiraba en una obra de Virginia Woolf que no he leído y discurría casi solemne como conversación desencontrada entre mujeres atrapadas en su personaje, el personaje dentro del personaje. El tiempo verbal, en lugar del acto, descarta la estructura racional y escoge el sentimiento para separar la obra. El tiempo verbal estira el tiempo que tenemos ante ese escenario, nos saca del presente para mirar más allá de lo que es, mirar atrás, adelante, explorar lo que habrá sido, lo que podría ser. No sabemos.
Hace unos meses me propuse leer la Poética de Aristóteles, porque hay que leer esas cosas, y aprendí que el poeta imita lo real, a través del ritmo, el lenguaje y la armonía, añadiéndole artificio, su propio estilo. El contenido es la vida misma, modificada en su forma para la mirada del público. Sin ser poeta, ando modificando mi forma para el público, acaso confundido conmigo mismo en ocasiones. ¿Y la vida misma?
En el teatro permanente de Instagram, del front row de la 080, del catálogo de Grindr, nos estamos esforzando demasiado. Somos forma maleable antes que contenido —que palabra tan vacía de contenido, contenido—, somos puro artificio. Nos mazamos, vamos a los bares a que nos vean, compramos un bolso de Jacquemus en forma de logo de Nike. Buscamos en Instagram quiet luxury porque ahora toca que no se note que nos estamos esforzando demasaiado. Encontramos amigos que nos elevan y desechamos aquellos que ya no son tan cool. Nos hacemos una foto y no recordamos haber estado ahí.
Mientras pienso en todo esto, me compro un bañador Speedo en rebajas porque esta semana tengo una prueba de natación y un nadador que se precie lleva un bañador Speedo. O Arena, también podría ser Arena. Como no llega a tiempo para la prueba, tendré que llevar el que ya me aprieta un poco. Tendré que forzar los abdominales para lucir decente al lado de esos nadadores tan esculpidos que me encontraré. Lo sé porque los he visto en Instagram.
Entre distracciones varias, retomo Notes on Camp de Susan Sontag y me zamubllo en ese universo contradictorio de lo artificioso. Y la imitación de Aristóteles cobra sentido en esa exaltación de lo extravagante, del gusto dudoso, en la burla de la afectación snob de la alta cultura. En el elogio de la forma descontextualizada y desprendida de un contenido que se esfuma. No sabemos ya qué imitamos, pero seguimos esforzándonos. Y en estas, veo la cumbre de lo cool más auténtico transformarse en fenómeno camp accidental: los modelos cybertech impasibles en el Bar El Pollo —por no hablar de su spin-off—; Stylenotcom, fanboy número uno de la fashion week, salivando de show en show; Burberry organizando un evento en un greasy spoon; yo mismo llegando a la Sala Beckett en mi Honda que parece potente pero es una 125cc. Me pregunto si no seremos todos camp sin saberlo, actores amateur en el escenario del capitalismo que nos quiere producto, exhibiéndonos en LinkedIn para conseguir nuestro próximo trabajo mal pagado: «Estoy agradecido por esta oportunidad para trabajar en algo que me aburre soberanamente».
Me siento con R. para cenar y comentamos los desaires de la gente cool mientras comprobamos si tal o tal persona ha mirado nuestras stories. Igual estamos amargados porque no somos tan cool. Nos confesamos exigentes porque no nos queda otra, nos emplazamos a ser generosos ante lo que nos aparezca por delante —sí, hablamos de chicos—. Nos decimos que tenemos que salir más por ahí.
Objets-trouvés
Las acrobacias de Jacob Grégoire en Instagram.
Cada dos por tres, me refugio en estos vídeos coreanos de elaboración de chuches.
Llums, llums, llums, en la Beckett.
Una canción de Mahmood que encaja bien con este mood.
Si alguna vez te acostumbras a hacer ese tipo de cosas solo, verás lo difícil que te resultará a partir de entonces ir al teatro con alguien que llega tarde, ver una exposición a una velocidad distinta de la que te apetece o escuchar música que no te apetece. ¡Cuidado porque es un arma de doble filo!