Nos mudamos.
Aquellas que son las grandes decisiones vitales se toman sin querer, tomando una cerveza casual en el Madame Jasmine (después de meses de chup-chup casi imperceptible, esa cocción a fuego lento que venía dándose in the back of my head).
¿Hay algo que ponga más a prueba una relación que comprarse un piso? Lo que debería ser el proyecto cumbre de la felicidad compartida se convierte en una travesía sobre terreno rocoso y accidentado, repleto de dudas, desacuerdos, criterios opuestos y miedos por doquier. Lo que he proyectado como la culminación de un encuentro es el destape del desencuentro.
El bloqueo de estas semanas sin escribir es gracias al peso de esta gestión inmobiliaria y emocional. Hoy me obligo a sentarme delante la pantalla para soltar unas palabras que se resisten a salir. Me digo que no escribo porque tengo muchas cosas encima de la mesa: el trabajo, la tesis, la mudanza, una conferencia en agosto (y otros secretos que no se cuentan en una newsletter). Mentiras. No escribo porque no tengo ni idea de lo que hago (ni de escribir). ¿Qué son estos proyectos sino huidas hacia delante? ¿Qué ando haciendo sino empujar rocas montaña arriba?
Está claro que Sísifo, al menos, empujaba una piedra de verdad. Por condena, por ceguera, o igual era um gymbro.
Hay un mapa en mi cerebro de los sitios a los que puedo ir cuando estoy atrapado. Hay un mapa en una aplicación que me indica muchos otros sitios. Tengo incluso una nota que me dice las «cosas para hacer cuando no quiero hacer lo que tengo que hacer». Me come la culpa y no las hago nunca. Me digo, «por favor, haz algo», pero oigo y no escucho, me hablo en otro idioma, acaso en portugués, ¿pero hace cuánto tiempo dejé de hacer caso al portugués?
La cuestión es que no tengo que lanzarme al mar —qué tiempos aquellos en los que quería bailar en el mar— para verme arrastrado por la corriente mientras miro atontado al horizonte, la atención puesta en las olas que revientan aquí y allí hasta que una sensación de que pierdo el control me avisa de que ya tengo las rocas a dos metros. El corazón forcejea dentro del pecho: entonces ya doy patadas fuertes, me alejo de las rocas y pienso «menos mal que llevo aletas».
Como la corriente que me aplasta contra las rocas, el verano no avisa y está por todas partes, los años han pasado y no he aprovechado ese tiempo tan preciado. Las fiestas de verano —Fête de la Musique, Sant Joan, todas ellas— desbordan sonido, color, huelen a comienzo, celebran la alegría de los días largos y la luz del sol sobre la cabeza. La Fête de la Musique se celebra en Francia cada año el 21 de junio, el primer día del verano en Europa (y el cumple de mi mejor amigo). Allí estábamos todas las amigas y conocidas, para celebrar a R., para dar la bienvenida al verano y para saborear algo de la fantasía parisina en forma de fiesta callejera. (Este grupo de amigos está compuesto por chicos que comparten lo que suelo llamar el escape: haber huido de sus países —¿de sus antiguos yo?—. Un francés en Londres, un chipriota en Atenas, un portugués en Barcelona, un griego en Berlín, un americano en París.) Después de mirar París desde un rooftop bien bougie, nos lanzamos a las calles en busca de conciertos (y fiesta en general). Acabamos en el Dirty Lemon, escuchando temazos dignos de una Boiler Room de Nooriyah y gritando Free Palestine. 🍉


Mientras tanto, en un estado de sobriedad dudosa, explico mi tesis a quién quiera escuchar, hablo de diseño, transformación, poder, política, infraestructura, un rollo, vamos; me lo digo, mientras sigo hablando, «No hay quién me aguante, cállate ya». Sigo. He escrito bastante sobre qué significa mi doctorado. Lo que no he contado es que escribir una tesis, igual que escribir esta newsletter, es también huir de la ansiedad de parecer guapo y atractivo, de ir bien vestido, de ser cool enough for Paris. Escribir es un refugio ante mi flagrante incompetencia social y mi sofocante necesidad de agarrarme a algo para no ser el paria en el rincón de la verbena. Algo cool.
Ya de vuelta a casa, un amigo me explica que está en su brat summer, lo que en realidad es todo a lo que aspiro. Un brat summer es abrazar tus imperfecciones, entender tus miedos, permitirte perder el control y encontrar el placer. Charli XCX capta la ironía casi cínica con la que miramos la vida ante el drama que nos rodea y se lanza a disfrutar sin rodeos y sin remordimientos (todo empezó con otra sesión en Boiler Room 🥵).
Nos mudamos y termino la tesis. It’s a brat summer.
Me desnudo, me quito esta piel y busco un nuevo guardarropa, en otro hogar, con otras tareas más allá del PhD: otras lecturas, otras búsquedas. De la mano del conflicto con I., del conflicto interno, para intentar encontrar una pequeña roca que transportar en el bolsillo, una colina más accesible, una ola más pequeña, ¿o sí? ¿Habrá sentido más allá de disfrutar de soltar palabras al azar, mostrar unas fotos sacadas durante la Fête de la Musique, más allá de intentar molar (oye, ¿y por qué no?) y buscar momentos de placer, momentos de encuentro?
Objets-trouvés
El fiestón que está montando Marina de Nocturama (mi librería de cabecera en el Raval).
Una joya de Gwenda-lin Grewal: Fashion | Sense: ¿por qué la moda tiene tanto estigma (por superficial, frívola) en la academia, en particular en la filosofía?