Durante muchos años, no leí apenas libros. Me ocupaba de buscarme entre amigos, discotecas y películas por hacer y vivir. Durante muchos más años todavía, supe que no era capaz de heredar esa sensibilidad familiar que me rodeaba, esa capacidad de mirar más allá de la superficie de las palabras, los trazos, los acordes, que tenía esa familia tan culta que me miraba.
Perdido escuchando Just Dance e incapaz de ser triste y escribirlo sin control como en la adolescencia, no sabía que el tiempo se escurre como la arena entre los dedos y por eso bailaba los domingos por la tarde pegado a ese amor latente que gritaba a quien quisiera oírle —no a mí, que no oía nada— y removía la adrenalina en mi pecho (no sabía entonces que mis ojos suplicaban, a ese chico tan natural y effortless, que me quisiera y que me validara como digno de amor cool). Me recuerda mi amigo R. las sabias palabras de Madonna, Time goes by, so slowly, aunque está claro que Madonna se refería sólo a those who wait, como yo, bien paralizado, no vaya a ser que haga el ridículo. Maddona sabe bien que Those who run seem to have all the fun. Le digo a R. que el tiempo, por mucho que me digan que es una construcción, corre delante de mí. Lo veo y no lo alcanzo.
Hace unos días recogía de la imprenta los ejemplares de mi tesis recién encuadernados, envueltos en papel de burbujitas, cual artículo frágil —la indiferencia con la que trato cualquier libro contrasta con la delicadeza con la que transporto estas páginas que son más símbolo que material de lectura de nadie—, con la ilusión del que tangibiliza su éxito. El viaje de vuelta a casa, por ese camino tan conocido, esos semáforos tan acompasados al movimiento curtido de mi pie en el embrague, esas calles tan iguales a sí mismas, me transportó de vuelta al espejo de la habitación en el que vi al mismo de siempre —¡pero si eres doctor!, gritaba a quién quisera oírle; no a mí, que no oigo nada—, de pie, rígido ante el tiempo por llegar.
El tiempo después de un logro viene enrarecido y carga en sí el vacío de lo que queda por lograr: ¿y ahora qué? Me persigue ahora el fantasma de todo lo que no aprendí y me quedo pequeño y consciente de una ignorancia —¿una ignorancia esencial?— que me ancla al suelo en lugar de empujarme al cielo: ¿dónde están esas palabras liberadas?; ¿dónde está ese futuro lejos de la corporación?; ¿dónde está el valor para encontrar otros caminos?; ¿dónde está ese tiempo que tenía entre las manos? Lo veo y no lo alcanzo.
A lo lejos intuyo un espectro de mi verdadero yo futuro, tan insustancial que no lo reconozco, no sabría ni decir qué ropa lleva puesta.